Quien hoy en día se pregunte todavía por el contenido, el sentido y el fin de su trabajo, o se vuelve loco o en factor perturbador del funcionamiento autofinalista de la máquina social. El homo faber antes orgulloso de su trabajo que, a su manera torpe, se tomaba aún en serio lo que hacía, se ha quedado tan anticuado como una máquina de escribir mecánica. El molino tiene que seguir girando a cualquier precio, y con eso basta. Para la búsqueda de sentido están los departamentos de publicidad y ejércitos enteros de animadores y psicólogos de empresa, asesores de imagen y camellos. Pero cuando se parlotea continuamente de motivación y creatividad lo único seguro es que no queda nada de ninguna de las dos, a no ser como autoengaño. Por eso la capacidad de autosugestionarse, de venderse a sí mismo y la simulación de competencia figuran hoy en día entre las virtudes más importantes de directivos y especialistas, estrellas de los media y contables, maestros y vigilantes de aparcamientos.
Con la crisis de la sociedad del trabajo también ha quedado completamente en ridículo la afirmación de que el trabajo es una necesidad eterna, impuesta a los hombres por la naturaleza. Desde hace siglos se predica que hay que rendir culto al ídolo trabajo, aunque sólo sea porque las necesidades no se pueden satisfacer por sí mismas sin el esforzado quehacer humano. Y que la meta de todo el montaje del trabajo sería satisfacer las necesidades. Si esto fuera verdad, la crítica del trabajo tendría tan poco sentido como la crítica de la fuerza de la gravitación. ¿Pero cómo una «ley natural» de verdad iba a poder entrar en crisis o, incluso, desaparecer? A los portavoces del campo social trabajo -desde los locos del rendimiento neoliberales, devoradores de caviar, hasta los sindicalistas de barrigón cervecero- la pseudonaturaleza del trabajo les hace enfrentarse a dificultades argumentativas. ¿O cómo quieren, si no, explicar que tres cuartas partes de la humanidad se hundan en la necesidad y la miseria sólo porque el sistema de la sociedad del trabajo ya no necesita su trabajo?
No es ya la maldición del Antiguo Testamento -«comerás el fruto del sudor de tu frente»- la que pesa sobre los excluidos, sino una nueva perdición, esta sí inexorable: «no comerás, porque tu sudor no es necesario y es invendible». ¿Y se supone que esto es una ley natural? No es más que un principio social irracional, que se presenta como imperativo natural porque, durante siglos, ha destruido o ha sometido todas las demás formas de relación social, poniéndose a sí mismo como absoluto. Es la «ley natural» de una sociedad que se tiene por sumamente «racional», pero que en verdad sólo sigue la racionalidad finalista de su ídolo trabajo, a cuyas «exigencias circunstanciales» está dispuesta a sacrificar sus últimos restos de humanidad.